Le odiaba, realmente le odiaba. Aun así, no
podía hacerle nada, quien podría hacer algo, a su propio hijo.
Era malvado, muy malvado, no perdía ocasión para
humillarme, a mí, su madre. Ese día no fue diferente, me insultó y hasta llegó
a pegarme, entonces dije basta.
-Diego
ya no puedo más, debes parar de una vez-le dije, gritándole.
-No
lo haré madre, no mereces mejor trato-me respondió, mientras me escupía en la
cara.
-¿Porque
lo haces?, ¿Qué te he hecho yo?
-Ya lo sabes mamá, ya lo sabes.
Sin
decir nada más, abandona la habitación y se va de casa, dejándome como siempre,
con rabia y rencor.
Me senté en el sofá e intenté tranquilizarme, pero no
pude, le odiaba tanto, qué tenía ganas de matarlo, a mí propio hijo. El rencor
se apodero de mí y, tomé una decisión, lo mataría cuándo regresará. Fui a la cocina, cogí un
cuchillo y, esperé a mí hijo, escondida,
detrás de la puerta de su habitación.
Pasa el tiempo y no llega, extrañada le llamo al móvil,
no contesta, a los pocos minutos, alguien llama a la puerta. La abro, dos policías aparecen ante mis ojos y, me comunican la
muerte de mi hijo, por accidente de tráfico, desconsolada, rompo a llorar, los
policías
intentan consolarme, pero no pueden.
Los agentes, ya se han ido y, vuelvo a sentir rencor,
pero hacia mí, por no haber sabido entender a mi hijo y, deseado su muerte.
Angustiada, decido quitarme la vida, con el cuchillo, que había reservado para
él.
En
la calle, los dos policías hablan con Diego.
-
Tenías razón, a picado-dice, uno de los policías a Diego.
-Os
lo dije, es tonta-les dice Diego,
mientras se ríe.
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