No hace mucho, oí hablar de un síndrome para mi desconocido hasta entonces, el síndrome del impostor. En pocas palabras y resumiendo, la persona que lo sufre siente que sus logros no son merecidos, su éxito es cuestión de azar, de suerte, que no es merecedor de él, en muchos casos, su desánimo, le llega a ocasionar la pérdida de su trabajo.
Mientras oía la elocución de la coach en cuestión, que hablaba de ello en una emisora de radio, en mi coche, a las 4 de la mañana camino de mi trabajo, se me encendió la bombilla, me di cuenta, de que mi estado anímico de las últimas semanas, bien podía deberse al estar sufriendo dicho síndrome. Sí, aun sin saberlo, sin darme cuenta, sin poder ni imaginármelo, estaba convencido de que era un impostor, no era realmente un escritor, no, no lo era, tan solo creía serlo. Había publicado un libro, si, es verdad, pero tan solo por cuestión de suerte, como se suele decir, me había sonado la flauta.
Que podía hacer para convencerme que no era así, que merecía llamarme escritor, a pesar de seguir trabajando en mi aborrecido empleo, a pesar de no ser conocido por nadie, de no poder dedicarme a tiempo completo a lo único que me apasiona, que me hace sentir vivo, como podría cambiar esta tónica autodestructiva y poder decir en voz alta que si, que yo soy escritor, no el mejor, no el que más vende, ni el más conocido, solo un escritor de lo más corriente, sin avergonzarme , sin miedo de decirlo a la gente de mi entorno, a mis compañeros de trabajo, a quien sea, a quien quiera oírlo.
La coach lo dejó muy claro, los logros nunca son cuestión de suerte, si has conseguido algo en la vida debes valorarlo y enorgullecerte de ello. Aunque me está costando por culpa de mi carácter de por sí inseguro y poco dado a halagos, la verdad, es que el impostor poco a poco está desapareciendo, para dar paso, al escritor que siempre he tenido dentro de mí.
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