Entonces…se
escuchó un grito y las luces se apagaron.
Ella había
muerto y yo con ella.
Mi mundo acababa
de derrumbarse, ya nada tenía sentido. Sin ella no valía la pena vivir.
En mi celda, a
oscuras, rezaba para que Dios me llevara con ella, por suerte, pronto mis ruegos
serían escuchados. La luz volvió y el
carcelero vino a por mí.
Era mi hora, mi destino.
El mismo que mi amada, morir en la silla eléctrica, antes un desdichado
destino, ahora una liberación, el único modo de volver a estar con ella.
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